Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos. Por eso, los que son del mundo no nos conocen, pues no han conocido a Dios. 1 Juan 3:1 (DHH)
A veces nuestra identidad puede crearnos conflictos. La educación, los padres, los abuelos, los traumas, las tragedias y la enseñanza religiosa legalista pueden afectar la forma en que nos vemos a nosotros mismos. Es posible que nos identifiquemos como “Soy alcohólico”, “Soy madre” o “Soy piloto”, pero nuestros comportamientos, relaciones y carreras no determinan quiénes somos en realidad.
La salvación tiene que ver con nuestra identidad. Recuerdo a un hombre que cambió su vida completamente después de entregar su vida a Cristo. Él había sufrido un trauma infantil y había estado teniendo problemas en varias áreas de su vida, pero después de descubrir a Jesucristo, las cosas empezaron a cambiar. Él comenzó a progresar en su carrera, su matrimonio, su vida familiar comenzó a florecer, y se involucró como voluntario en la iglesia con pasión. La transformación fue increíble.
¿Qué había cambiado en este hombre? ¡Él se dio cuenta de que su verdadera identidad en Cristo no estaba arraigada en sus errores, comportamientos o relaciones pasadas! Él estaba aprendiendo su verdadera identidad en Cristo: Una nueva creación, fortalecido con el Espíritu y la naturaleza de Dios dentro de él, alguien profundamente amado con un valor increíble, que pertenece a una familia con un amoroso Padre celestial. La salvación implica mucho más que el perdón de los pecados. ¡Nos da una identidad completamente nueva, que cambia la vida!
Es vital que afiancemos nuestra identidad en Cristo. Continuamente renueve su mente a través de conectarse con la Palabra de Dios y con quien Él dice que usted es: ¡Un hijo de Dios redimido, amado e invaluable con un inmenso propósito y un increíble destino!