Atiende a mis palabras, hijo mío; préstales atención. Proverbios 4:20 (DHH)
Cuando trabajaba en rescate de emergencia, un día estaba realizando CPR a un paciente en la parte de atrás de la ambulancia y mi conductor olvidó cerrar las rejillas de ventilación. Mientras avanzábamos por caminos de arena, la ambulancia comenzó a llenarse de polvo. Un pesticida debió haberse asentado en el camino por una reciente fumigación, porque ese polvo repentinamente me dificultó la respiración.
Tan pronto como llegamos al hospital y pusimos al paciente en manos de los médicos de emergencia, le indiqué a una enfermera que me ayudara. Yo estaba con la respiración entrecortada, apenas tenía suficiente oxígeno para mantenerme consciente. Inmediatamente se pusieron a trabajar para abrir mis vías respiratorias. Después de un tiempo, todo pareció estar bien así que me fui a casa.
En medio de la noche, sin embargo, me desperté con el mismo jadeo. Llamé a Sally e inmediatamente ella oró por mí, pero yo seguía esforzándome por respirar. Nos preparamos para ir al hospital y cuando alcancé mi abrigo, un casete que contenía un mensaje sobre curación cayó al piso desde el estante superior de nuestro armario.
Sally y yo nos miramos. Hice señas hacia el reproductor de casete y nos sentamos a escuchar. Después de dos o tres minutos le dije a Sally: “Está bien, ahora oremos”. Instantáneamente mis pulmones se abrieron y pude respirar con facilidad.
¿Por qué algo sucedió de inmediato después de la segunda oración? Necesitaba entrar a un lugar de creencia, donde la fe pudiera actuar.
¿Necesita un milagro? ¿Qué está haciendo para alimentarse con la Palabra de Dios?