No se mientan los unos a los otros, puesto que ya se han despojado de lo que antes eran y de las cosas que antes hacían, y se han revestido de la nueva naturaleza: la del nuevo hombre, que se va renovando a imagen de Dios, su Creador, para llegar a conocerlo plenamente. Ya no tiene importancia el ser griego o judío, el estar circuncidado o no estarlo, el ser extranjero, inculto, esclavo o libre, sino que Cristo es todo y está en todos.
Colosenses 3:9–11 (DHH)
En la Edad Media, la realeza vivía de manera muy diferente a los campesinos. Un niño que nacía en la realeza podía disfrutar de todos los derechos y privilegios implicados, y no tenía que ganarse nada de eso. La realeza estaba en su sangre; eso era parte de su identidad.
Imagine si el hijo de un rey fuera llevado del castillo donde nació y lo criaran en la casa de un campesino. Si él nunca se dio cuenta de su derecho de nacimiento, ese hombre perdería todos los beneficios a los que él tenía derecho de disfrutar como un príncipe.
Así es exactamente como muchos de nosotros vivimos hoy. Somos hijos de Dios, y Él es el “Rey eterno” (Jeremías 10:10, NVI), pero no sabemos lo que somos.
Tenemos que averiguar a lo que tenemos derecho. Nuestro trabajo no implica ganar nuestro camino a la familia de Dios. Jesús ya lo hizo, así que lo que tenemos decidir es si lo aceptamos. Nuestro trabajo tiene que ver con el descubrimiento de nuestro lugar.
Efesios 4:20 invita a despojarnos del viejo hombre y a actuar de una manera nueva. Cuanto más aprendes, más harás a un lado tu vieja manera de vivir y actuaras en tu nueva vida como un hijo del Rey. Es el equivalente interior de despojarse de su ropa de campesino y ponerse ropas reales. Con el cambio de uniforme viene un cambio en la identidad y el comportamiento, ya que, como creyente, usted no es quien solía ser.
Si desea hacer cambios reales y duraderos en su vida, estudie lo que realmente somos en Cristo y su experiencia va a comenzar a alinearse con su verdadera identidad.