Luego, como seguían preguntándole, se enderezó y les dijo:—Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra. Juan 8:7 (DHH)
Ayer comenzamos una conversación sobre la diferencia entre juzgar acciones y juzgar el corazón. Hablamos acerca de cuándo es apropiado juzgar, y me gustaría darle un ejemplo para afianzar más esto.
Digamos que usted está iniciando un negocio y un conocido quiere ser su socio. El problema es que ha llevado a la quiebra a cuatro negocios en los últimos diez años. Les debe dinero a varias personas, y algunos amigos de confianza le han comentado que él se aprovechó de ellos en negocios. Cuando usted le pregunta al respecto, él no asume ninguna responsabilidad y culpa a los demás.
Ahora, si se supone que usted no debe juzgar, ¿eso significa que usted debe confiar en su palabra? ¿Debería usted ignorar su historial y confiar en que él lo tratará de manera diferente a como hizo con los demás?
No, siempre se debe ganar confianza, y debemos ser exigentes al observar el comportamiento de alguien. Al mismo tiempo, no podemos asumir que sabemos por qué las personas hacen lo que hacen. Sería un error llamar al hombre un hombre de negocios turbios o una serpiente, porque ahí estamos atacando su carácter. Tampoco podemos asumir que él quiso aprovecharse de los demás o que no le importan los demás, porque desconocemos sus motivos e intenciones. Todo lo que sabemos es su historial, y la sabiduría nos dice que no debemos asociarnos con él a menos que haya cambiado y tenga un nuevo historial.
¿Puede usted pensar en un ejemplo en su propia vida donde usted juzgó el corazón de alguien? Con este ejemplo en mente, ¿enfrentaría ahora esa situación de manera diferente?