Cuando me hablabas, yo devoraba tus palabras; ellas eran la dicha y la alegría de mi corazón, porque yo te pertenezco, Señor y Dios todopoderoso. Jeremías 15:16 (DHH)
Hace mucho tiempo, un hombre me habló de un sueño que tuvo y que me involucraba. En su sueño, él veía un rollo y en él estaba escrita la Palabra de Dios. Mientras las personas se paraban para admirarlo, yo entré y me abrí paso entre la multitud. Me detuve, arranqué un pedazo y comencé a comerlo.
Al principio no pensé mucho en este sueño, pero con el tiempo Dios me mostró que esta imagen era de Él.
Cuando estudio la Palabra, me resulta fácil quedar atrapado en su belleza absoluta. Aunque no hay nada de malo en disfrutar la Palabra de Dios, su propósito es que usted se involucre, la disfrute… pero luego esta sea liberada para que pueda funcionar.
Cuando usted come algo, su cuerpo divide la comida en trozos más pequeños y digeribles, absorbiendo lo que usted necesita. Lo mismo ocurre con la Palabra de Dios. Leerla es como tomar un bocado de una manzana. Usted todavía tiene que masticar, tragar y luego procesar esa mordida antes de que su cuerpo pueda usarla.
El verdadero poder de cambio que tiene la Palabra de Dios solo puede tener efecto una vez que usted haya meditado y absorbido lo que puede aprender de ella. Entonces podrá ponerla en práctica en su vida.
Es mejor leer dos versículos al día y pasar diez minutos hablando con el Espíritu Santo al respecto que leer todo un libro de la Biblia sin masticar una palabra.
¿Se detiene usted a masticar la Palabra de Dios?