En aquel momento pasó el Señor, y un viento fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió las rocas ante el Señor…pero el Señor tampoco estaba en el terremoto…pero el Señor no estaba en el fuego. Pero después del fuego se oyó un sonido suave y delicado. 1 Reyes 19:11-12 (DHH)
Encontrar la quietud hoy no es algo natural. Vivimos en un mundo que siempre está conectado y nunca está quieto.
Tenemos que crear intencionalmente un tiempo de quietud donde dejemos de lado las preocupaciones del día y nos volvamos hacia la Palabra, meditando sobre la plenitud del amor, la gracia y la provisión de Dios. Luego esperemos en ese lugar quieto y silencioso y pidamos al Espíritu Santo que nos revele al Padre. Es aquí donde recibimos ánimo, consuelo, liderazgo y fortaleza.
Cuando nos tomamos el tiempo para estar en quietud y cultivar la presencia de Dios, de forma gradual nuestra sensibilidad y conciencia de Su presencia se vuelven cada vez más grandes, de modo que incluso en situaciones estresantes, somos conscientes de que Él está allí. Es en nuestro tiempo de quietud con Él que desarrollamos esta habilidad.
Cuando estamos tranquilos, nos abrimos a ideas creativas y dirección. No recibiremos una dirección clara al orar desesperadamente; lo conseguimos en la quietud de nuestro tiempo tranquilo con Dios. En mi caso, la palabra de Dios me habla, cuando en silencio leo mi Biblia por la mañana, cuando estoy en mi terraza escuchando el viento en los árboles.
Si todo lo que hacemos es ir, ir, ir, esto trae flaqueza a nuestras almas hasta el punto en que ni siquiera sabemos quiénes somos. Sufrimos de falta de propósito y nos volvemos insatisfechos e infelices.
Todo lo que se necesita para comenzar a cambiar esto es pasar momentos en la Palabra de Dios todos los días, y luego ir a ese lugar tranquilo y silencioso para meditar en su presencia, provisión y poder.