Pues los que no han tenido compasión de otros, sin compasión serán también juzgados, pero los que han tenido compasión saldrán victoriosos en la hora del juicio. Santiago 2:13 (DHH)
Cuando las personas cometen errores, solo les hacemos más daño si se lo restregamos en su cara.
La gente avergonzada es destructiva. Afecta lo que creemos acerca de nosotros mismos, de hecho, nos hace más propensos a continuar con nuestro comportamiento destructivo. La culpa es una cosa; se trata de lamentar algo que hemos hecho mal. Pero la vergüenza nos dice que estamos equivocados.
Es peor cuando nos dicen que Dios nos condena cuando hacemos mal. ¡Esto solo nos hace renunciar a Dios porque nos parece que es imposible de agradar! Al mismo tiempo, no estoy sugiriendo que recubramos de azúcar el pecado. Necesitamos darnos cuenta de cuán destructivo es el pecado porque trae muerte en sus relaciones, salud, mente y emociones.
Jesús modeló este equilibrio entre la verdad y la gracia de manera perfecta. Cuando los líderes religiosos trajeron a una mujer adúltera delante de Él, Él no le restregó en la cara su mala actuación, pero tampoco la excusó. Él le extendió su gracia al darle su amor, aceptación y perdón libremente, y sin embargo, también le habló con la verdad cuando le dijo que no pecara más (Juan 8:11).
Nuestro trabajo no es confrontar el pecado en la vida de las personas, sino ser un testigo de la gracia transformadora y fortalecedora de Dios en nuestras vidas. Después de todo es Su bondad la que hace que la gente se aparte del pecado, ¡no la vergüenza y el juicio! (Véase Romanos 2:4)
Mantengamos primero el enfoque en la gracia, recordando que Dios nos ama y valora a cada uno de nosotros. ¡Todos somos bienvenidos a recibir Su aceptación y perdón incondicionales a través de Cristo, y en realidad, aceptar esta gracia es lo que nos faculta para cambiar y seguir Sus caminos!